martes, 15 de marzo de 2016

No me acuerdo.



No me acuerdo de la primera vez que nos vimos, tampoco qué llevabas puesto o qué me había puesto yo.
Ni si quiera me acuerdo de por qué empezamos a hablar ni por qué me hablaste de amor.
No me acuerdo de la primera vez que te bloqueé por tus bromas estúpidas ni la primera vez que me bloqueaste tú por hablar mal de mí misma para luego hablarnos por todos los grupos que teníamos en común y pedir al otro que nos volviese a hablar, porque no aguantábamos más de dos minutos sin hablar.
No me acuerdo de las veces que me dijiste “te quiero” antes de irte a dormir, ni de cuántas veces me abrazaste mientras lloraba porque no me gustaba a mí misma.
No me acuerdo de por qué empezamos a tomar la rutina de hablar todos los sábados hasta las tres de la mañana y quedar todos los domingos por la tarde, aunque no hiciésemos nada, simplemente nos sentábamos en tu cama y hablábamos durante horas o veíamos una película (que siempre elegías tú para luego pedirme perdón espachurrándome en un abrazo contra la cama cuando era demasiado mala).
No recuerdo por qué empezamos a quedar en el banco de enfrente de tu casa, que terminamos tomándolo como nuestro cada día soleado.
No recuerdo por qué nos empezó a gustar la misma música y por qué empecé a asociar canciones contigo (es lo peor que pude a hacer).
No sé bien por qué te puse un apodo y tú no pudiste encontrar uno para mí que no fuese demasiado cursi, hasta que me empezaste a llamar “amor” y a mí se me derretía el corazón (aunque fuese demasiado cursi).
Pero, ¿a quién pretendo engañar? Recuerdo perfectamente cada detalle de cada momento mencionado antes. Me gustaba como era todo antes. Antes. ¿No suena como si hubiese pasado una eternidad? A lo mejor es que estar sin ti se me hace eterno. Pero tengo que seguir adelante aunque tus palabras resuenen en mi cabeza como por arte de magia o aunque te vea pasar por mi lado de su mano. 

N.

No hay comentarios:

Publicar un comentario